Ingresar a una red social es simple y gratuito, pero ¿cuál es el precio? Con más transparencia sobre el riesgo asociado, tal vez se piense mejor antes de poner "me gusta".
Facebook, la red social por antonomasia, aún no cumple 10 años (*en la fecha en que redacté esta columna) y ya cuenta con más de 1000 millones de personas que han abierto cuentas, supuestamente de forma gratuita, como piensa la gran mayoría. Pero ser parte de esta red tiene su precio, ¿o acaso alguien cree que se trata de un proyecto altruista de fomento a las comunicaciones digitales gratuitas, en vez de un negocio multimillonario para sus accionistas?
Eso sí, el precio no es fácil de calcular y tampoco Facebook es transparente para informarlo, ya que no nos cobra en dinero, sino en datos. En este sentido, ningún dato personal les resulta insignificante como para desestimarlo al momento de calcular el precio de nuestro perfil. En mi caso, la información de mi perfil cuesta 37 US$, ya que prácticamente he dejado de utilizar esta red social, pero hay otras cuentas que pueden superar los 1700 US$, si la usan intensivamente.
En realidad lo importante no es el precio de entrada para formar parte de Facebook –por algo es gratis-, ni tampoco el precio que pagarían otras personas por los datos que publicamos en nuestros perfiles. Lo relevante es el costo de oportunidad que estamos dispuestos a tolerar si utilizamos esta red social: renunciamos a la privacidad y nos exponemos a mayores riesgos de seguridad.
¿Cuál es el costo?
Para muchos el ventilar sus datos personales e, incluso, difundir situaciones íntimas puede resultar natural, inocuo y hasta buscado de forma consciente y voluntaria. Sin embargo, me parece una decisión cada vez menos inteligente, al menos, si antes no se valora dicho costo.
Por ejemplo, cada click en “me gusta” dispara herramientas que nos perfilan automáticamente y permiten que empresas que no conocemos nos clasifiquen en sus bases de datos y nos evalúen como usuarios para quién sabe qué finalidad. A partir de ello podemos empezar a recibir publicidad personalizada según “lo que nos gusta” –lo que no me parece mal-, pero también podríamos empezar a ser utilizados para promocionar automáticamente ciertos productos, sin nuestro consentimiento.
Además, quienes publican en exceso su vida diaria son vulnerables a diversos delitos en la red. Facilitan que otros suplanten su identidad, pueden ser víctimas de amenazas y acoso (ciberbullying), se exponen a más infecciones de malware en sus equipos, por ejemplo, con los juegos y aplicaciones que aceptan, y, lo más burdo, dan un detalle extremo sobre su localización, lo que simplifica la ejecución de delitos tradicionales como el secuestro o el robo, sea a su persona o a sus bienes.
Pero quizás la expresión máxima de torpeza está en publicar fotos y videos en Facebook, cuando claramente denotan situaciones comprometedoras o sacadas de contextos privados que, “estando sobrios o lúcidos”, jamás se mostrarían al jefe. La privacidad de las fotos que se suben a la red social “sólo para mis amigos” es ilusoria. Es posible copiar la url y reproducirla; o más simple, ese “amigo” resulta no ser de los mejores y la da a conocer.
Si a ello sumamos la imposibilidad técnica de recuperar las imágenes o videos publicados y, por ende, de que sea garantizado un derecho al olvido en Facebook, el precio es altísimo. Deberíamos renunciar a nuestra cuenta, eliminándola definitivamente y, aun así, no tendríamos control sobre los datos si fueron copiados en otros servicios de Internet que, por cierto, ignoraríamos. Por esa razón, antes de subir una foto a Facebook, ponga su mejor cara, arréglese un poco y piense si se atrevería a adjuntarla con su currículum en una entrevista de trabajo. Si la respuesta es negativa, su reputación puede verse dañada y el precio de la red social está fuera de su alcance.
Por eso, aunque Facebook es una herramienta seductora, con enormes ventajas, que proporciona grandes alegrías, distracciones y, sobre todo, lazos, cuando permite retomar o conservar amistades, cuidado con lo que se publica, con la posibilidad que se da a otros para ver ciertas fotos o comentarios, con las aplicaciones que se aceptan y con los grupos a los que se integra. Puede pagar un precio muy alto.
Ah! Y a pesar del respeto que merecen todos mis amigos y conocidos de Facebook, ojalá algunos replanteen el uso que dan a la red social, no sólo por los riesgos que describo y por el costo de oportunidad que asumen, sino también porque rara vez resulta interesante saber lo que están comiendo, si tienen sueño o ver sus fotografías.