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  • Rodolfo

Abogados y tecnología: 3 ingredientes para un buen maridaje

Durante enero, nuevamente Chile es anfitrión de un muy interesante encuentro de reflexión sobre ciencia y tecnología, con destacados expositores nacionales e internacionales: el Congreso del Futuro, que organiza el Senado.

¿Habrá civilizaciones artificiales que superen a las civilizaciones humanas? ¿Mejorará la calidad de vida o seguiremos depredando al mundo? ¿Cómo damos una solución sustentable a la migración en el mundo? ¿Vivimos el fin de la privacidad? ¿Los datos pueden considerarse un patrimonio universal? ¿Ejerceremos la gobernanza del siglo XXI? ¿Serán las bacterias nuestra salvación para sanar enfermedades graves? ¿De qué forma se hackea el genoma humano? ¿Reaccionaremos frente a la dramática crisis global del agua?

En fin, el diálogo sobre esos temas, entre varios otros, son muy bien recibidos, ya que el debate científico sale de los laboratorios y las universidades y se abre hacia la sociedad civil.

Gracias a una instancia como este congreso, creo pertinente una pregunta más: ¿qué papel jugaremos los abogados en el mundo del futuro?

(sé que para muchos, ninguno, ya que se supone que hay que ver el futuro con esperanza… (mala broma, ¿cierto?).

Pero más allá de las bromas, efectivamente el papel que jugaremos los abogados en ese mundo del futuro será cada vez más irrelevante, si solo ofrecemos respuestas legales del siglo XX (o anteriores, incluso). No quiero decir que mis colegas más tradicionales desaparecerán. Lo que digo es que no servirán para temáticas absolutamente transcendentes. Serán abogados con respuestas vacías, inútiles e ineficaces para esos temas de futuro.

Tampoco quiero decir que nuestro papel legal en esos nuevos temas no aplique o sean áreas sin regulación alguna y, por ende, sin cabida para abogados. Mientras las personas convivan en sociedad, seguirán existiendo relaciones jurídicas y será necesario contar con profesionales del Derecho, no solo abogados litigantes, sino también juristas que construyan la legislación y jueces que la apliquen. Eso sí, bajo nuevas miradas, miradas que necesita el futuro cercano.

Ante esa situación, los temas de futuro requieren abogados que no apliquen únicamente el pasado. Por eso, quiero compartirles 3 características que deberíamos desarrollar los abogados para aportar en los grandes debates científicos y tecnológicos que están realizándose.

1. Dúctilidad

El abogado debe ser particularmente flexible para buscar las regulaciones más eficaces ante los nuevos problemas. Esto lleva a admitir que el Derecho kelseniano que no puede contaminar su pureza con otras disciplinas, no es siquiera una opción en el mundo actual. Vivimos en un entorno muy cambiante donde la norma jurídica (contenida en una ley o en un contrato, por ejemplo) no es la única vía de regulación.

Basta pensar en el ciberespacio. En ocasiones puede ser más viable una regulación de conductas a través de la autorregulación de los propios usuarios, que la impuesta por un legislador. Además, también es muy fuerte la tendencia de regular conductas a través del diseño de la tecnología, es decir, que las herramientas estén configuradas para permitir o limitar ciertos usos, por ejemplo, para proteger la privacidad.

2. Especialización

El abogado debe conocer normativas cada vez más especializadas en áreas técnicas, con lenguajes muy diferentes a los que estamos acostumbrados en la jerga legal (que ya resulta críptica para mucha gente). Basta con revisar la frecuencia con que aparecen distintos estándares y normas técnicas para regular eficazmente ciertas materias, en especial sobre temas tecnológicos, de alimentos, de fármacos, de gestión, entre muchas otras.

3. Ética

Por último, el tipo de abogado del presente que requieren los temas de futuro debe contar con una ética más estricta (Sí, pese a los cientos de chistes de abogados, “abogado” y “ética” son palabras compatibles).

Los desarrollos de la ciencia y la tecnología abren dilemas éticos, donde los avances pueden favorecer a unos pocos a costa de mancillar la dignidad humana de muchos. Ante ello, los abogados debemos estar atentos para defender la primacía de los derechos fundamentales.

Por ejemplo, el caso de los experimentos sobre el genoma humano hechos por laboratorios que pagan por ADN a comunidades pobres, de países sin restricciones; la posibilidad de vender los propios órganos o de reemplazarlos por máquinas o dispositivos; la autonomía que se reconocería a artefactos con capacidad de aprender (Internet cognitiva); entre muchos otros.

El abogado debe ser capaz de advertir los límites cuando el dinero o el poder asociado a estos avances científicos quiere pasar por sobre las personas. No todo debe rendirse al libre mercado, no todos los valores deben transarse en el mercado. Ahí, el Derecho tiene mucho que decir.

Creo que estas tres características son como ingredientes para un buen maridaje entre Derecho y Tecnología y, a mi juicio, resultan relevantes no solo para los abogados del futuro, sino también para los profesionales del presente.

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